LOS HIJOS DE LA NOCHE
¡YA FALTA POCO PARA QUE SE VAYA CHABELO DE CAEV!
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Pensándolo bien:
¿Qué tiene que hacer un chamac@ de 16 años, a las cinco de la madrugada, en las inmediaciones del Boulevard Maples Arce, después de bailar en un antro? ¿Qué tienen que hacer todos nuestros hijos adolescentes, de 12 a 19 años, en lugares donde se fuma, se bebe alcohol, se estropea el oído, se gritan insensateces y en cualquier momento se muere en la humareda de un incendio, o a manos de los desalmados que abundan a esas horas?
¡No son horas!
La clase media tuxpeña tradicional ha producido talentos como José Adem Chahin, León Pancardo, Tommy Big Band, Patricia Rosas Lopátegui, Braulio Peralta, y debe buscar en sus entrañas y lanzarse a una profunda mutación. De vuelta al estudio, el trabajo, el ahorro. Como ha sido siempre, antes.
Los adolescentes no tienen ninguna necesidad de bailar. No es uno de los derechos humanos. La prueba está en que si se le impide dormir a una persona, enloquece y muere. En cambio, si lo deja sin bailar, sigue contento y feliz. No pasa nada.
Si los teenagers quieren reunirse, pueden hacerlo en las casas de familia, como ha sido siempre. Con la música bajita, porque los vecinos descansan. Sin fumar ni beber. Hasta las doce de la noche. Y después, a dormir. ¿Cuál es el problema? Dormir es sano y necesario, porque mañana hay que levantarse a las 8 para jugar al futbol, o al basket, o al tenis, o repasar una materia. Como ha sido siempre y como sigue siendo en ciudades serias de Canadá, Japón o Inglaterra.
Carnicería Sandy
¿Que la industria de la noche es un negocio lícito y produce ganancias importantes? Perfecto, que los señores de la noche hagan su negocio, como hasta ahora. Pero sólo para adultos. Que llegan en su auto y, si quieren, con su chofer. Por mí pueden emborracharse hasta quedar catatónicos: pero entre cuatro paredes y siendo mayores de 18 años. En la calle y manejando: no.
Nuestros hijos no deberían alquilar un taxi (en realidad, lo pagamos nosotros) para llegar al antro a las 2 de la mañana con la sagrada misión de «cagarse de risa» hasta las 5 y media. Es una locura. Es tentar a la desgracia. ¡No lo permitamos!
La verdad que no confesamos es que nuestros hijos de 15 años salen de noche y beben aunque esté prohibido, porque existen «salones de fiestas» que son discotecas encubiertas, y en nuestro medio es fácil burlar la ley.
Sobre todo si los padres no sabemos decir que no, cuando nuestros encantadores mocosos nos rezongan que «todos tienen permiso», «todos van», «todos lo hacen», «soy el único tarado», «soy la única mensa».
Entonces, todos los viernes y sábados hay un cumpleaños, una despedida, un fin de curso, un recital, una fiesta del colegio tal o del liceo cual. En resumen, los adolescentes borrachos y circulando por las calles hasta el amanecer.
Los «viajes de egresados» son un invento maldito. Primero: Los chavos no han egresado de ninguna parte. Apenas acaban de terminar malamente un año, y deben rendir materias. No están egresando. No tienen por qué viajar. Y menos a Veracruz u otros sitios, lejos del control de sus padres, con el exclusivo propósito de producir aturdimiento, ebriedades, desórdenes sexuales y destrozos en los hoteles. ¿Cuál es la idea y quién la instaló?
La verdadera fiesta de egresados es, originariamente, un hecho institucional: se trata de un acto en el cual los alumnos que terminan su secundaria presentan a sus familias, reciben sus diplomas, se despiden del colegio y, a veces, bailan. Todo supervisado por el director y los profesores. Punto.
Hotel May Palace
La nocturnidad adolescente es una creación siniestra que lleva la marca mexicana en el zapato, porque ninguna sociedad del mundo la permite. Ni los católicos, ni los socialistas, ni los neoliberales, ni los protestantes… ¡No hablemos de los islámicos!
Mediante la nocturnidad, hemos establecido que los jóvenes se van de sus casas, después de descansar un rato, a las dos de la mañana. Llegan como pueden a las proximidades de una discoteca. Por lo general, están borrachos al entrar a la puerta, debido a la simpática «previa».
En esas largas filas de espera, hay chicas que venden «mamelucos» o «besos por cincuenta pesos», para pagar la entrada, otras que exhiben la tarjeta del INE de la hermana mayor para que las dejen pasar, y no faltan los muchachitos que vomitan en el río o caen desvanecidos. Frecuentemente, se pegan e insultan. A la salida, en la desbandada del amanecer, ocurren las desgracias.
De la juventud del «amor y paz», sonrisas alucinadas, pies descalzos, un porrito, el sonido de voces y guitarras, el sexo libre (pero sano y sin violencia) hemos pasado en pocos años a esta cabalgata de barras bravas, haciendo «slam». Sin embargo, son las mismas edades adolescentes, con las mismas caras puras y cuerpos vírgenes. ¿Cómo fue? ¿Cómo hicimos la metamorfosis de «una chica moderna» a «un gato»?
Naturalmente, a la madrugada, los padres yacen desmayados en sus camas. Hoy día se trabaja mucho. No se les puede pedir a papá y mamá que arranquen el auto o pidan un taxi a las 6 de la mañana para salir a buscar a los hijos por los inmensos bailables de la ciudad. Físicamente, no pueden. Se ha creado así un mundo aparte, un universo de adolescentes completamente separados de sus familias. El mundo del alba es uno, el de la noche es otro. Los chicos viven de noche y duermen de día.
Duermen en la escuela, en la playa, en la iglesia y en sus casas. Duermen, duermen, duermen. Cuando despiertan, se sientan frente ala computadora, frotándose los pelos, a leer disparates, o se aferran al celular para enviar whatsapps donde todo se escribe sin hache y sin acento.
CAPI
Cuando nosotros no estemos: ¿De qué van a vivir estos adolescentes, que a los treinta años todavía están meditando sobre «cuál es mi verdadera vocación»? ¿Cómo se ganarán el pan, vendiendo drogas?
Hemos hecho un estropicio. Nosotros, los padres de clase media.
Dicen que toda persona tiene derecho a poseer un sueño. Yo, por lo pronto, tengo el mío. Una juventud sana, que salga del ruido, la noche, la droga, la ignorancia y lo «divertido». Que se entregue al día, al silencio, al estudio, al deporte, a la cultura, a la familia.
Alguno me dirá que este es el mismo ideal de «Mi hijo el doctor», que escribió Florencio Sánchez en 1930. Sí, es lo mismo. ¿Alguien tiene una mejor idea?