Las cosas siempre empiezan con algo pequeño, una chispa diminuta que se convierte en incendio. En este caso, la chispa fue una cuenta que no podía dividirse. Una solicitud negada. Un orgullo herido. Y entonces, todo explotó.

Jasmín “N” no parecía el tipo de persona que haría algo tan atroz. No a primera vista. Pero las cámaras no mienten. Ahí estaba, regresando al restaurante en la avenida Atenas Veracruzana después de haber salido indignada. En su rostro no había dudas, solo una decisión firme. Con un golpe certero, derribó una olla llena de aceite hirviendo sobre una trabajadora que no tuvo tiempo de protegerse. Gritos. Dolor. Y un charco de horror derramado en el suelo.

La víctima, una vendedora de frituras cuya identidad permanece oculta por razones legales, sufrió quemaduras de segundo y tercer grado en gran parte de su cuerpo. Todo porque una familia no podía pagar «por separado». Es difícil imaginar cómo algo tan insignificante se transforma en una tragedia que cambia vidas.

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Jasmín no se detuvo a mirar las consecuencias. Salió del lugar como si nada, pero la justicia tenía otros planes. La Fiscalía Especializada en Delitos de Violencia contra la Familia, Mujeres, Niñas y Niños y de Trata de Personas se movió rápido. Tras la denuncia formal, Jasmín fue perseguida, atrapada y llevada ante un juez.

Durante la audiencia, su defensa ni siquiera pidió más tiempo. Sabían que no había escapatoria. El juez dictó vinculación a proceso por lesiones dolosas calificadas y amenazas, y le impuso prisión preventiva justificada. El caso quedó registrado bajo el número 1242/2024, pero para la trabajadora herida, no es un simple expediente. Es el recordatorio de un momento que destrozó su vida.

Las calles de Xalapa tienen muchas historias. Algunas quedan en susurros entre vecinos, otras terminan siendo noticias que conmocionan a todos. Esta es de las últimas. Una historia donde el orgullo y la furia se combinaron para crear una tragedia.

Jasmín está ahora tras las rejas, y el proceso apenas comienza. Pero en la mente de muchos queda una pregunta: ¿cómo puede algo tan trivial como una cuenta no dividida justificar un acto tan monstruoso? La respuesta, quizás, nunca la sabremos. Solo queda el eco de los gritos y el olor amargo del aceite quemado.

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