Papá… ¡Reflexiona!
Papá…
No me des todo lo que te pida; a veces sólo pido para ver hasta cuánto puedo tomar.
No me grites; te respeto menos cuando lo haces, y me enseñas a gritar a mí también, y yo no quiero hacerlo.
No me des siempre órdenes… Si, en vez de órdenes, a veces me pidieras las cosas, yo lo haría más rápido y con más gusto
Cumple tus promesas, sean buenas o malas… Si me prometes un premio, dámelo; pero también cúmpleme el castigo si lo merezco.
No me compares con nadie, especialmente con mis hermanos. Si tú me haces lucir mejor que los demás, alguien va a sufrir; si me haces lucir peor, seré yo quien sufra.
No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decídete y mantén esa decisión.
Déjame valerme por mí mismo. Si tú haces todo por mí, nunca podré aprender.
No digas mentiras delante de mí ni me pidas que las diga por ti, aunque sea para sacarte de un apuro. Me harás sentir mal y perder la fe en lo que me dices.
Cuando yo haga algo malo, no me exijas que te diga por qué lo hice; a veces ni yo mismo lo sé.
Cuando estés equivocado en algo, admítelo. Crecerá la opinión que tengo de ti y me enseñarás a admitir mis errores también.
No me digas que haga algo que tú no haces. Yo aprenderé y haré siempre lo que tú hagas, aunque no lo digas; pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.
Enséñame a amarme y a conocerme. No importa si en el colegio me quieren enseñar, porque de nada vale si veo que tú ni me conoces ni me amas.
Cuando te cuente un problema, no me digas: “no tengo tiempo para boberías” o “eso no tiene importancia”. Trata de comprenderme y ayudarme.
Y quiéreme. Dímelo. A mí me gusta oírlo, aunque tú no creas necesario decírmelo.