
La Tepa, encanto y espanto de la Huasteca
En las riberas de la cuenca del Río Tuxpan, bajo el sol del mediodía y entre ráfagas de viento que parecieran anunciar tormenta, surge una figura que por generaciones ha alimentado el miedo y el respeto de los campesinos: La Tepa.
A lo lejos, los ojos del hombre confiado se engañan. La silueta de una mujer alta, de piel clara y cabellera larga se mece entre las milpas. Sus pasos son suaves, su sonrisa coqueta y sus movimientos semejan un canto al deseo. Quien la ve cree estar frente a la más encantadora de las huastecas, un espejismo de belleza que invita a seguirla.
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Pero ese encanto es solo un velo. Cuando la distancia se acorta, la verdad aparece: su piel se torna amarillenta y enfermiza, sus ojos relucen con un odio inexplicable, y sus uñas crecen largas y afiladas como garras. El cabello, antes liso y perfumado, se enreda en marañas que parecen vivas, y su boca se deforma en un rictus de furia. Entonces, lo que era atracción se convierte en espanto.
Quienes aseguran haberla encontrado relatan que el aire se vuelve pesado, que las ramas se cruzan en los caminos como si fueran trampas, y que los abrojos lastiman la piel sin razón aparente. Tras el encuentro, muchos caen en fiebres que los consumen en pocos días; otros quedan delirantes, prisioneros de visiones que no los dejan descansar, y algunos simplemente no vuelven jamás.
Los ancianos recuerdan todavía las ofrendas que sus abuelos preparaban para apaciguarla: comida caliente en cazuelitas de barro, aguardiente en pequeñas copas, café humeante y figuras de arcilla conocidas como teopaquetl. Todo acompañado del humo espeso del copal, como un rezo silencioso para pedir que la Tepa no se llevara sus cosechas… ni sus vidas.
Un episodio quedó marcado en la memoria colectiva. Corría el año de 1960 en la comunidad de Buena Vista. Cinco campesinos divisaron a la Tepa en un claro del monte. Uno de ellos, Melitón Santiago, se armó de valor —o de locura— y la enfrentó con machete en mano. Entre gritos y alaridos, la persiguió, pero la criatura lo guió cada vez más lejos, hasta perderse en lo profundo del monte. Sus compañeros, paralizados de miedo, no pudieron seguirlo. Pasaron cuarenta días antes de encontrarlo, y lo que hallaron no fue un hombre, sino un cuerpo seco, adherido al esqueleto, irreconocible salvo por la ropa que llevaba.
La Tepa sigue siendo un misterio. Nadie sabe si es castigo, espíritu antiguo o guardiana de secretos olvidados. Lo cierto es que en la Huasteca aún se murmura su nombre con respeto y miedo, porque donde hay viento y canto extraño, dicen los viejos, ella puede estar cerca.
Créditos:
Narrativa basada en la recopilación publicada por El cronista de Tuxpan Dr. Obed Zamora Sánchez “¿Pero realmente existieron las Tepas?” – de ROBERTO WILIAMS GARCÍA.
https://cronistadetuxpan.blogspot.com/2009/10/pero-realmente-existieron-las-tepas.html