Yo estuve allí — La noche en que nació la Rébsamen
Nunca he olvidado aquella noche del miércoles 25 de marzo de 1942.
El reloj del salón marcaba las ocho en punto cuando entramos a La Casa del Campesino. Afuera, la humedad del río se pegaba en la piel; adentro, el aire olía a sudor, cigarro y tinta fresca.
Yo vi llegar uno por uno a los hombres que cargaban el destino educativo de Tuxpan:
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El General Juan Soto Lara, con su porte militar y su voz de hierro.
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El Doctor Armando Domínguez, representante del gobernador.
-
Pedro L. Meléndez, el Presidente Municipal, serio y cabeceando saludos.
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El Doctor Álvaro Cuervo, siempre con una libreta en la mano.
-
Y los maestros… los maestros que traían la voz de los niños en el corazón:
Ángel Saqui, Procopio Méndez, Francisco Rosas Tenorio…
Yo me senté hacia la mitad del salón, cerca de una ventana.
Recuerdo claramente cómo el viento traía el olor del río y el murmullo distante de los remos de las pangas.
Cuando el General Juan Soto Lara pidió la palabra, el salón entero calló.
—Señores — dijo—, ya es tiempo de devolverle a Tuxpam una escuela digna de sus hijos. Ya es tiempo de que esta ciudad deje de encerrar a sesenta niños en un cuarto sin aire. Ya es tiempo de que la educación no sea un privilegio, sino el camino.
Yo vi a algunos apretar los puños sobre la mesa.
Luego habló el profesor Ángel Saqui, con la emoción quebrándole la voz:
—Yo he visto a los niños escribir en el suelo… porque no hay bancas. He visto a los maestros aventar las ventanas de par en par buscando un hilo de viento. Y he visto —se detuvo—… he visto a los padres llorar cuando no encuentran cupo para sus hijos en ninguna escuela.
Hubo un silencio que no pesaba: se sentía como un juramento.
Fue entonces cuando María Núñez viuda de Llorente, sentada entre los asistentes, levantó la mano con timidez:
—Yo… —dijo— yo ofrezco tres mil pesos. No quiero que los niños de este pueblo crezcan sin escuela como crecimos nosotros.
Yo vi a varios pararse a aplaudir.
Después vino la parte formal:
la fundación del Comité Central Pro Centro Escolar “Enrique C. Rébsamen”.
A luz de lámparas eléctricas viejas, escribieron los nombres:
Presidente — General Juan Soto Lara
Secretario — Profesor Ángel Saqui
Pro Secretario — Calixto Almazán
Tesorero — Manuel L. Deschamps
Protesorero — Dr. Zózimo Pérez Castañeda
Vocales — Vicente Cobos Morales… Daniel Chavarría… Ernesto Chávez… Rosas Tenorio…
Yo escuché sus votos, contados en voz alta.
Escuché la aprobación cerrada y firme.
Y hubo un momento… ese momento que siempre recuerdo:
El General Soto Lara levantó la mano y dijo:
—¿Protestan ustedes cumplir con las leyes y reglamentos del Estado y la República, a fin de llevar a cabo la construcción del Centro Escolar tuxpeño?
Y todos contestaron, casi gritando:
—¡Sí! ¡Así lo hiciéremos!
Hubo quien juraría después que se escuchó retumbar el eco hasta el río.
Yo salí del salón cerca de la medianoche.
El viento cargaba sal y humedad.
Las luces de las casas eran pocas.
Pero ese día…
esa noche…
Tuxpan había crecido.
No en edificios.
No en dinero.
Había crecido en dignidad.
Porque yo lo vi.
Yo estaba ahí.
Y esa noche los hombres y mujeres de este pueblo decidieron que sus hijos
— nuestros hijos —
tendrían una escuela que llevaría el nombre de Enrique C. Rébsamen…
…y que jamás volverían a estudiar sentados en el suelo.
La promesa de Ruiz Cortines y el despertar de la Huasteca
Era el año de 1944 — o quizá finales del 43, porque en mi memoria la frontera entre ambos se difumina — cuando el rumor comenzó a correr:
—“¡Viene Ruiz Cortines! ¡Viene Adolfo Ruiz Cortines!”
Yo recuerdo ese día como si lo hubiera visto ayer.
Las calles de Tuxpan se llenaron de hombres con sombrero de palma y mujeres con reboso. Éramos cientos.
Venían de Santiago de la Peña, de Zapote Gordo, de Alto Lucero, de La Ceiba, y hasta de lugares en los que el camino era apenas un trazo de lodo.
Cuando Ruiz Cortines se bajó del vehículo oficial, no parecía un hombre de poder: parecían un maestro de escuela — rostro amable, gesto sereno.
Lo llevamos al salón donde nos recibiría.
Yo entré también, porque ya era parte de aquellos que seguíamos la construcción del Rébsamen como quien sigue el destino de un hijo.
Dentro, los hombres del Comité Pro Estado Huaxteco esperaban:
— Don Zózimo Pérez Castañeda
— Don Enrique Rodríguez Cano
— Demetrio Osorio
— Francisco Menacho
— y otros que recuerdo por su mirada más que por su nombre
Fue Zózimo quien habló:
—Señor Ruiz Cortines… la Huasteca está abandonada. No tenemos escuelas suficientes. No tenemos hospitales. Ni carreteras. Ni apoyo. Somos parte de tres estados y de ninguno a la vez.
Ruiz Cortines lo escuchó sin interrumpir.
Y luego dijo las palabras que cambiarían todo:
—Tienen razón en estar descontentos. Pero les pido tiempo. Denme tiempo para llegar a la Primera Magistratura del Estado… y yo les daré lo que hoy les falta: educación y justicia.
Yo sentí el peso de esas palabras en mi pecho.
No hablaba como político.
Hablaba como hombre que ME MIRABA A LOS OJOS.
Años después — cuando ya era Gobernador — cumplió.
Yo lo viví.
Llegaron los oficios autorizando fondos.
Llegaron los ingenieros.
Llegaron los planos.
Y un día de 1950, recuerdo verlo descender nuevamente en Tuxpan, rodeado de funcionarios.
Yo estaba allí cuando entregó:
—$100,000 pesos al Patronato para la Rébsamen.
Se decían las cifras con solemnidad:
“cien mil pesos”.
Era dinero REAL.
Concreto.
No promesas.
Después llegaron otros:
— $80,000 de Bienes Nacionales
— $100,000 de Mejoras Materiales
Federación: $280,000 pesos
Y con aportaciones locales…
superamos los $400,000
Yo vi cómo el polvo del terreno se convertía en muralla.
Luego en edificio.
Luego en aulas llenas de bancas y pizarrones.
Luego en la risa de los niños.
Un día, al cruzarme con Ruiz Cortines ya como Presidente, le dije:
—Señor… usted nos dio una escuela…
Y él respondió:
—No, amigo.
Yo sólo ayudé.
La escuela la hicieron ustedes.
La compra del terreno y el nacimiento del edificio
No fue fácil encontrar el lugar correcto para la escuela.
Había muchas propuestas, rumores, deseos.
Pero el Comité quería algo más que un sitio:
quería un símbolo.
Recuerdo claramente la tarde en que caminamos por el terreno polvoso y semiabandonado de la manzana conocida como “La Concordia”.
Yo iba detrás del Maestro Ángel Saqui y del General Soto Lara.
El sol ya bajaba, y el polvo se levantaba manso con cada paso.
El General se detuvo, miró alrededor y dijo:
—Aquí. Aquí debe levantarse.
Yo seguí su mirada:
A un lado, la calle Allende.
Al otro, Escobedo.
Atrás, Lerdo de Tejada.
Y atravesando el corazón de ese cuadrante de tierra, imaginación.
Recuerdo cómo Saqui exhaló profundo…
no sé si fue alivio o reverencia.
—En este lugar respirará la educación de nuestros hijos, murmuró.
Y comenzaron los trámites.
Se reunieron —yo lo vi— varias personas y aportaron lo que podían:
🟤 uno dio terreno
🟤 otro vendió barato
🟤 otro donó
🟤 otro prestó
🟤 algunos sólo dieron trabajo
Yo fui testigo cuando contaron el dinero reunido:
—Veinticinco mil pesos.
Luego, el Gobierno del Estado aportó otros diez mil.
Recuerdo el crujido de las páginas cuando el tesorero anotó la cifra.
Ese sonido fue para mí como escuchar los cimientos asentarse.
El sonido de la obra
Los primeros días fueron de pura tierra y cal.
Yo veía a los trabajadores llegar con sus palas, con sacos de cemento sobre los hombros, con los zapatos blancos de polvo, a veces sin camisa, con la piel tostada y fuerte.
Y entre ellos, mezclados, trabajando igual:
-
Vicente Cobos Morales
-
Calixto Almazán
-
Rosas Tenorio
-
y hasta el propio Ángel Saqui
Todos empujando carretillas.
No había jerarquías.
Había causa.
Al atardecer, el olor de la madera nueva me golpeaba como un aroma de esperanza.
Recuerdo el día en que colocaron las primeras bancas.
Las sacaron de un camión militar que venía desde Poza Rica, cortesía del ingeniero J. J. Merino.
Las bajamos entre varios.
Y cuando puse mi mano en aquella banca, ese mueble simple…
se me erizo el brazo.
Yo comprendí:
ya no era un proyecto.
Era escuela.
El primer sonido de campana
La escuela aún no estaba terminada, pero ya podíamos entrar a algunos pasillos.
Yo recuerdo la mañana en que, sin aviso, el General Soto Lara llevó una campana de bronce que había pertenecido a un viejo taller naval.
La colgó él mismo, con la ayuda de dos obreros.
Yo estaba parado justo enfrente cuando él la hizo sonar por primera vez.
CLANG… CLANG… CLANG…
Y entonces ocurrió algo inesperado:
Los niños de las casas vecinas —descalzos, con short de manta, con risa fácil— salieron corriendo hacia el sonido.
Los vimos acercarse con los ojos grandes.
Se pararon bajo la campana como si hubieran escuchado un llamado ancestral.
El General sonrió:
—Acostúmbrense —dijo—.
Este será el sonido de su futuro.
Los primeros maestros
Antes de que entraran los primeros alumnos, entraron ellos:
Los maestros.
Yo vi a la señorita Inés Salas recorrer los salones tocando las paredes recién enyesadas, como quien bendice.
El profesor Ángel Saqui, ahora sin palabras — porque ya no necesitaba discurso — caminaba como un hombre que, por fin, veía cumplido el propósito de su vida.
Y recuerdo algo muy pequeño, pero significativo:
Alguien escribió en la pizarra nueva:
“Bienvenidos.”
Y lo hizo con tiza nueva.
Y la tiza sonó limpia.
Como la primera palabra en un idioma por estrenar.
El primer día de clases
No fue inauguración oficial.
Eso vendría después.
Fue algo más íntimo.
Las puertas se abrieron.
Y entraron los primeros niños.
Yo vi:
-
su nerviosismo
-
su curiosidad
-
sus pies polvosos
-
sus camisas remendadas
-
sus ojos brillantes
Se sentaron en sus bancas nuevas.
Y ese sonido — el de la madera recibiendo cuerpos — fue suave y hermoso.
Como cuando llueve sobre tierra caliente.
Y uno de ellos —un niño flaco de cabello rebelde— preguntó:
—¿Aquí vamos a aprender a leer?
Y yo…
con toda la fuerza de mi corazón…
pensé:
Sí, hijo…
pero también van a aprender a soñar.
El día de la inauguración oficial
Rara vez he visto a Tuxpan tan vivo como aquella mañana en que se inauguró oficialmente el Centro Escolar “Enrique C. Rébsamen”.
La luz del sol caía sobre la fachada recién pintada, y el blanco de los muros parecía brillar como promesa.
Desde temprano comenzaron a llegar:
-
Funcionarios del Gobierno del Estado
-
Representantes federales
-
Inspectores escolares
-
Maestros
-
Padres de familia
-
Niños vestidos con sus mejores ropas
-
Y gente… mucha gente
Había una mezcla de solemnidad y celebración.
En el aire se respiraba orgullo.
Yo estaba a un lado del acceso principal cuando llegó un automóvil negro.
Se abrió la puerta…
y bajó Don Adolfo Ruiz Cortines.
Ya era Presidente de la República.
Lo recuerdo perfectamente:
Su traje gris claro, su paso lento pero firme, la mano levantada en saludo.
La gente aplaudió, no con entusiasmo escandaloso…
sino con respeto sincero.
Los discursos
Se instaló una tarima sencilla al frente de la escuela.
Ahí subieron:
-
el Presidente Ruiz Cortines
-
el Gobernador Enrique Rodríguez Cano
-
el General Juan Soto Lara
-
el maestro Ángel Saqui
-
y dos niños que entregarían flores
Yo escuché cada palabra.
Primero habló Rodríguez Cano:
—Hoy entregamos un templo de enseñanza. No un edificio. Un futuro.
Después, el maestro Saqui, con la voz quebrada:
—Aquí los niños no aprenderán solo a leer: aprenderán a pensar. Aprenderán a ser ciudadanos. Aprenderán a ser libres.
Y finalmente, Ruiz Cortines.
Nunca olvidaré su frase:
—La educación no se impone desde Palacio Nacional; nace en el corazón de los pueblos. Esta escuela no la hizo el Gobierno… la hicieron ustedes.
Hubo silencio.
Hubo emoción.
Yo vi lágrimas en los ojos de muchos.
En los de Saqui… en los de Soto Lara…
y también en los míos.
El corte del listón
Una niña y un niño —no recordaré nunca sus nombres, pero sí sus rostros— sostuvieron el listón blanco.
Ruiz Cortines tomó las tijeras.
Y dijo:
—Que este sea el comienzo de generaciones nuevas…
Clic
El listón cayó.
Y la escuela nació oficialmente.
Los aplausos sonaron como oleaje rompiendo contra el malecón.
El recorrido por los salones
Entramos.
Yo caminé junto a ellos.
Los pisos brillaban.
Las bancas estaban ordenadas con simetría perfecta.
En las paredes colgaban mapas de Veracruz y México.
Los pizarrones recién instalados tenían aún olor a pintura.
Recuerdo que Ruiz Cortines pasó la mano por un escritorio de madera y dijo:
—Siéntense aquí… siéntense aquí.
Aquí algún día se sentará un gobernador… un abogado… un ingeniero…
o un buen hombre de pueblo, que no es poco.
Una voz que definió la historia
En uno de los salones, un niño levantó la mano.
Todos lo vimos.
Y preguntó:
—Señor Presidente… ¿por qué se llama Enrique C. Rébsamen?
Ruiz Cortines sonrió
miró al maestro Saqui
y entonces respondió:
—Porque fue el gran formador de maestros en México.
Porque él enseñó a enseñar.
Y porque ustedes —los niños de Tuxpan— merecen educación inspirada en los mejores.
Yo sentí que en ese instante
la Rébsamen dejaba de ser un edificio
y se convertía en una herencia.
Cuando Tuxpan se dio cuenta
Al salir del recorrido, mientras los funcionarios se despedían y los fotógrafos se retiraban, me quedé parado frente a la entrada.
Y vi algo:
Vi a un grupo de niños sentados en la banqueta del frente
repasando el abecedario
en voz baja
como si estuvieran probando el eco de sus letras.
“Ah… Beh… Ceh…”
Ese día comprendí algo profundo:
Habíamos construido mucho más que aulas.
Habíamos construido el futuro de la ciudad.
Un futuro con voz.
Con pensamiento.
Con identidad.
El Centro Escolar “Enrique C. Rébsamen” no era solo escuela…
Era el acto más grande de fe que Tuxpan ha hecho en sí mismo.
Los primeros egresados y la huella invisible
Pasaron los años.
Los salones se llenaron de generaciones nuevas.
Recuerdo los primeros niños que entraron con timidez en 1950…
y los vi salir años después con paso firme y mirada abierta.
Yo vi egresar a la primera generación.
Yo los vi pararse frente al portón de salida con diploma en mano.
Eran todavía niños…
pero ya no eran los mismos.
Uno de ellos —Héctor, hijo del pescador de La Pensil— se acercó y me dijo:
—Aquí aprendí que yo puedo ser algo más que pescador.
Yo le respondí:
—Y eso está bien hijo.
El mar siempre espera…
pero el futuro también.
Ese niño después sería maestro.
Otro ingeniero.
Otra enfermera.
Otra contadora.
Uno se volvió abogado.
Y uno —lo sé porque años después volví a verlo— se convirtió en periodista.
Y había algo emocionante:
Cuando hablaban de su escuela,
decían “Yo soy de la Rébsamen”
con orgullo en el pecho.
La sombra del árbol del patio
En el centro del patio había un árbol grande, antiguo.
A su sombra, los alumnos se sentaban en los recreos.
Yo vi cómo ese árbol se convirtió en confesor,
en banco,
en tribuna,
en refugio.
Yo escuché ahí las conversaciones:
—Yo seré doctora
—Yo quiero ser piloto
—Yo quiero ir a México
—Yo quiero abrir un negocio
—Yo quiero construir casas
—Yo voy a salir en los periódicos
—Yo quiero que mis padres estén orgullosos
Ese árbol escuchó miles de sueños.
Y yo también.
El hilo invisible
Con los años, descubrí algo:
Los egresados de la Rébsamen tenían una forma distinta de hablar.
Pensaban con estructura.
Preguntaban sin miedo.
Observaban con criterio.
No eran sumisos.
Eran ciudadanos.
Y ese espíritu comenzó a propagarse por Tuxpan
como hilos invisibles que unían generaciones:
-
maestros que formaron alumnos
-
alumnos que luego formaron empresas
-
profesionistas que regresaron
-
ciudadanos que exigían cuentas
-
padres que ya no aceptaban “no hay cupo”
-
madres que impulsaban a sus hijos más lejos
La Rébsamen no solo enseñó letras.
Enseñó autoestima.
El sonido del tiempo
Años después, regresé a la escuela ya con canas.
La campana seguía allí.
La misma.
La toqué con mis dedos…
y sentí vibrar dentro del bronce
el eco de todos los timbrazos pasados:
-
el timbre del primer día de clase
-
el timbre de recreo
-
el timbre de salida
-
el timbre de ceremonias
-
el timbre de alerta
-
el timbre de despedidas
Cuántos niños corrieron bajo ese sonido.
Cuántos soñaron con él.
Cuántos se volvieron adultos recordándolo.
El legado
Hoy la Rébsamen es más que piedra y yeso.
Es una memoria que habita en toda la ciudad.
Porque no hay familia en Tuxpan que no tenga:
-
un hermano que estudió ahí
-
un primo
-
un tío
-
un vecino
-
un suegro
-
una abuela que fue maestra
-
un bisnieto que entró en primero
-
un padrino que dio clase
-
un compadre que reparó bancas
La Rébsamen es parte del ADN de Tuxpan.
Y yo,
que vi cómo se formó el Comité,
cómo se eligió el terreno,
cómo sonó la primera campana,
cómo entraron los primeros niños,
cómo egresaron las primeras generaciones…
puedo decir algo con certeza absoluta:
La Rébsamen no es una escuela construida.
Es un pueblo transformado.


