
El mapa no miente. Veracruz no es guinda, ni azul, ni tricolor. Es una paleta de colores tan diversa como sus regiones, sus montañas y sus costas. El proceso electoral municipal 2024-2025 nos deja una lección de pluralidad que incomoda a los dogmas y contradice las proclamas triunfalistas. Porque si algo ha quedado claro, es que ni el dinosaurio está muerto ni la Cuarta Transformación ha terminado de cuajar.
Morena y sus aliados lograron 71 municipios (11 solos, 60 en fórmula con el PVEM), una cifra considerable, sin duda, pero lejana a una hegemonía. No es casual que Movimiento Ciudadano haya ganado 40 alcaldías, consolidándose como una fuerza real en una entidad donde hace apenas unos años era testimonial, y esto sucede gracias a que Dante Delgado perdió el poder, ya que él era quien negociaba las candidaturas al mejor postor dejando de lado a los candidatos naturales. El PAN, por su parte, resiste con 35 municipios, a pesar del desgaste natural de ser oposición. Y ahí, casi como una exhalación de los años dorados del priismo, el PRI retiene 23 bastiones, más de lo que sus críticos estaban dispuestos a concederle.
El Partido del Trabajo, a menudo subestimado, obtuvo 30 presidencias municipales, un logro que sugiere una operación de base eficaz y una capacidad de conectar con sectores donde el discurso presidencial de Morena ya no alcanza. El PVEM, con 12 ayuntamientos por cuenta propia, completa un tablero que hace pensar que en Veracruz los ciudadanos votaron más con el juicio que con la emoción.
Se suele repetir que en democracia se gana y se pierde. Pero más importante aún: en democracia se delibera. Y el resultado en Veracruz es una deliberación colectiva, un recordatorio de que las promesas de transformación no alcanzan por sí solas, y que las estructuras tradicionales, lejos de haberse desintegrado, se adaptan, resisten e incluso resurgen.
El hecho de que incluso haya una candidatura independiente ganadora —una entre 212— refuerza la idea de que los veracruzanos no se casan con nadie. Exigen resultados, rechazan imposiciones, y aunque castigan, también saben perdonar.
En este rompecabezas político, la gobernabilidad será el verdadero reto. La pluralidad es saludable, sí, pero también compleja. Obliga a pactar, a ceder, a dialogar sin etiquetas. No basta con ondear la bandera de la 4T ni apelar al recuerdo de los tiempos del PRI absoluto. Veracruz parece decir: «Te escucho, pero también te vigilo».
La conclusión es incómoda para todos los partidos. No hay ganadores absolutos, pero tampoco perdedores definitivos. Y en ese equilibrio frágil, quizás, se encuentra la esencia de la democracia.
En mi opinión, en Veracruz, como en el cuento de Monterroso, cuando despertamos… el dinosaurio todavía estaba ahí. Y también, los nuevos y viejos actores que aún deben demostrar si están aquí para transformar o sólo para reciclar el poder de siempre.