¿QUÉ ONDA CON LA FASCINACIÓN POR LAS CALAVERAS?
¡YA FALTA POCO PARA QUE SE VAYA CHABELO DE CAEV!
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Contados símbolos universales hay en el mundo como el que representa una calavera humana. En las culturas tiene el mismo significado: Remite el peligro de la muerte (advertencias farmacéuticas, banderas piratas, etcétera) y, a la par, genera fascinación ante lo desconocido.
Lo insondable, en principio puede generar repulsión, temor, pero también respeto y veneración: un malestar que solo la quietud indefinida provoca. Y esta extrañeza termina por ser atractiva, sublime. Esta sensación de “horror prodigioso” definió el concepto que los antiguos mexicanos tenían sobre la muerte: cualquier persona, al morir, tenía que recorrer un camino de “retorno a la matriz de origen”; por ello, debía de pasar por los riesgos y peligros que había sorteado al nacer.
Los mexicas tenían por costumbre decapitar a sus víctimas –ya fueran de guerra o por sacrificios rituales- y conservar sus calaveras en una empalizada de madera llamada tzompantli, del náhuatl tzontli –cabeza- y pantli –hilera, fila-. El tzompantli servía como altar para honrar a los dioses.
Tanto el concepto de la muerte de los mexicas como su costumbre de conservar y venerar a los dioses por medio de las calaveras, permaneció en la cultura mestiza a pesar del sincretismo con la religión católica. De hecho se complementó con el concepto europeo de memento mori –del latín “recuerda que morirás”– que es el sentido de mortalidad que sólo tenemos los seres humanos.
Los grabadores Manuel Manilla, y en particular, José Guadalupe Posada, representaron en la gráfica popular cómo se vivía la tradición de las calaveras en México durante el siglo XIX, la cual aún pervive en las calaveritas de dulce y en la forma del pan de muerto.
Una de las obras que recientemente han tomado esta tradición de forma notable es la del pintor y grabador Javier Enríquez Lara.
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