Los abucheos que fabrica el poder

por | Oct 1, 2025 | En la Opinión de Antonio Arango

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Los abucheos siempre han acompañado a los políticos mexicanos. No son una novedad. Pero en los últimos años, con la llegada de Andrés Manuel López Obrador y la maquinaria de Morena, esta práctica adquirió un guion y una coreografía propias.

El once de mayo de 2018, en la Plaza Cívica de Tuxpan, López Obrador fue recibido como presidente electo. La plaza, de poco más de mil trescientos metros cuadrados, fue dividida en secciones: al frente, los leales con pulsera; atrás, la ciudadanía común, condenada a ver el acto en pantallas; al centro, la monumental asta bandera, con su base circular de cuarenta y nueve metros cuadrados, obstruyendo la visibilidad como un muro simbólico entre los escogidos y los demás. Los periodistas quedamos a un lado, pegados al palacio municipal.

Ese día, el alcalde panista Juan Antonio Aguilar Mancha fue objeto de un abucheo que parecía espontáneo, pero que en realidad fue provocado por una simple señal de un dirigente local. La impresión ante las cámaras fue clara: el pueblo repudiaba al edil. La realidad, sin embargo, era más simple: el abucheo había sido fabricado.

LA ROCA SERVIFERRE

El esquema se repitió una y otra vez en giras posteriores. En cada mitin, los organizadores colocaban a sus correligionarios en primera fila y les otorgaban la facultad de decidir quién merecía ser vitoreado y quién debía ser abucheado. La estrategia era efectiva: ante los medios, los adversarios quedaban exhibidos como rechazados por la multitud.

Pero el montaje empieza a mostrar grietas. En días recientes, en Zapopan, Jalisco, el gobernador Pablo Lemus fue recibido con rechiflas en un acto encabezado por Claudia Sheinbaum. La presidenta reaccionó con molestia: pidió respeto y advirtió que, si continuaban los gritos, ella misma abandonaría el evento.

El problema es evidente: cuando una técnica se convierte en hábito, termina por volverse contra quien la usa. Los abucheos que alguna vez sirvieron para golpear a los opositores hoy ponen en entredicho la autoridad de quien encabeza el mitin.

La política mexicana ha hecho del espectáculo una tradición. Pero en mi opinión los ciudadanos saben distinguir entre la espontaneidad de un repudio auténtico y la manipulación de un montaje. El riesgo para Sheinbaum no es sólo el ruido de los abucheos, sino la pérdida de credibilidad que provoca descubrir que, detrás de ellos, no siempre está el pueblo, sino la mano invisible de su propio partido.

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