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LA MUERTE DEL ERROR

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Entre músicos siempre sucede un fenómeno que parece extraño: ninguno puede escuchar su propio disco tal como un fan lo escucharía. Esto es a resultas de que el ejecutante de las piezas grabadas está demasiado consciente de sus propios errores, amén del proceso quizás tortuoso de haber grabado el susodicho álbum o canción.

Le pasa a personajes desde David Gilmour hasta el baterista de Sekta Core. Esta misma experiencia se repite en los shows, donde el músico está consciente de las notas que se le fueron, los tiempos errados o los olvidos en las letras. Sin embargo el grueso de la audiencia les dice que todo salió muy bien y nadie se dio cuenta de nada (sólo algunos honestos aventurados o envidiosos a muerte señalarán los errores).

Para el escucha que no está habituado a tocar un instrumento ni tiene conocimientos básicos sobre música, la experiencia de escuchar un disco o estar en un concierto se limita sólo a la emoción inicial que le da escuchar su canción favorita o algún ritmo que lo haga vibrar.

El fan se abstrae y se deja llevar por otros elementos diferentes a la calidad de la ejecución. Esto no quiere decir que todos los fans sean sordos y alaben cualquier basura, porque cuando la mala calidad de una banda es notoria las consecuencias pueden ser desastrosas (desde abucheos hasta pedradas y vasos con “agua de riñón”).

El problema de fondo radica en el ego del músico, en su exigencia para consigo mismo y por supuesto en la eterna comparación con otras bandas, locales o no, del mismo género. Es de alabarse que el músico quiera superarse y desee sonar bien, igual que quiera crear la canción “perfecta”, pero en los últimos años, se ha llevado esta práctica al extremo y se ha optado por darle muerte al error.

Ahora, ¿es algo malo desear que no haya errores en el terreno musical? La respuesta es extensa y tiene muchas aristas, mismas que he discutido y escuchado discutir con infinidad de creadores musicales.

La muerte del error significaría casi prácticamente la muerte del Rock. Pongamos como ejemplo un track de una de las grandes bandas consideradas “perfectas”: The Beatles y su canción “Rain”. Si escuchan con detenimiento la batería de Ringo, notarán que en cierto momento al final del segundo verso, se pierde en la métrica y con ello toda la banda se queda perdida y acaban añadiendo un compás de más en la canción. Por supuesto, a estas alturas del partido a nadie le importa porque The Beatles son los máximos jefes del Rock y “Rain” es una de las mejores canciones que se hayan grabado. Pero esta canción está llena de errores e inconsistencias que serían inaceptables hoy en día para los productores de la era digital.

Si en un universo imposible “Rain” no hubiera sido escrita por Lennon y McCartney, y el día de hoy fuera grabada por una nueva banda de veinteañeros, lo más probable es que el track habría sido desechado o al menos habría  sido sometido a edición digital mediante Pro Tools (o el software de su preferencia) para corregir el error. Incluso si la hubieran tocado bien, seguro se le pondría una base percusiva digital de apoyo para cubrir esos momentos en los que se salga de tiempo.

 

Los “gallos” del cantante o los desafines del bajista serían corregidos con AutoTune y las guitarras escandalosas habrían sido limitadas con un compresor. Seguro seguiría siendo una gran canción, pero su sonido sería demasiado higiénico, como sala de hospital; tal como son muchas grabaciones de las bandas más destacadas del rock en el ámbito comercial y el dizque Indie Alternativo.

Matar el error en la música sería de entrada como negar la propia naturaleza de los instrumentos que se usan para crearla. Las voces, guitarras y percusiones son en sí mismas instrumentos expresivos porque son inexactos.

Un baterista jamás puede tocar con exactitud milimétrica el mismo golpe dos veces, o un guitarrista la misma nota con la misma intención. Los instrumentos jamás están afinados a la perfección, existen muchísimos factores que hacen que su sonido se altere mucho o poco (temperatura del foro, acidez del sudor del ejecutante, el ataque al instrumento, la calidad del material del mismo, etc.)

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