El tropiezo de Margarita
Tuxpan, Veracruz | Las oficinas de Megacable, ubicadas en la avenida Cuauhtémoc, suelen estar llenas de ruido: el tecleo incesante de las computadoras, risas a media voz, y el ir y venir de empleados que suben y bajan las escaleras con un café en mano. Pero esta mañana, aproximadamente a las 10:00 un grito seco cortó el bullicio. Margarita «P», de 39 años, perdió el equilibrio mientras bajaba las escaleras. Una risa que comenzó como un juego terminó con el eco de su caída, rodando varios escalones hasta que el silencio se hizo pesado en el ambiente.
Margarita era conocida en el departamento de publicidad por su sonrisa fácil y su habilidad para resolver problemas. Pero hoy en la mañana, su propio descuido la traicionó. Se levantó con dificultad, sosteniendo su brazo izquierdo en una posición que decía más que cualquier palabra. Sus compañeros, aún en shock, no tardaron en actuar. Uno marcó al servicio de emergencias, otro se apresuró a traer un botiquín, mientras un tercero permanecía inmóvil como zombie, viendo cómo la escena se desarrollaba como si fuera parte de una película en cámara lenta.
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El teléfono de emergencias, sin embargo, devolvió malas noticias: no había ambulancias disponibles en la ciudad. Los recursos estaban saturados, y la ayuda inmediata, esa que tanto hace falta, no llegaría. Fue entonces cuando una camioneta de Protección Civil llegó al lugar, un gesto simbólico que podría ser una solución al problema de las ambulancias. Margarita, adolorida y con el brazo inmóvil, tomó una decisión rápida. «Llévenme al hospital,» dijo con un tono que no dejaba lugar a discusión.
Sin sirenas ni camillas, un automóvil de la empresa se convirtió en su transporte de emergencia. La llevaron a una clínica privada, donde finalmente fue atendida. El diagnóstico: una lesión en el brazo que necesitaría reposo, pero nada que la dejara fuera de juego por mucho tiempo.
Al final del día, las escaleras quedaron intactas, los compañeros volvieron a sus puestos, y Tuxpan siguió adelante como siempre lo hace, con problemas que se resuelven a medias y preguntas que quedan en el aire. ¿Por qué en una ciudad como esta, las emergencias parecen depender más de la suerte que de la planificación? Tal vez la respuesta está ahí, oculta en los pasillos de las oficinas, en las risas apagadas y en los silencios que nadie se atreve a llenar.
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