En democracia, los votos no se interpretan: se cuentan. Y los números que arroja el PREP en Tuxpan, Veracruz, no dejan lugar a duda. Daniel Cortina Martínez, postulado por Morena, obtuvo 20,210 votos, más que cualquier otro candidato por amplio margen. Lo suyo no fue una victoria, fue una declaración.
A pesar de una contienda con múltiples aspirantes y partidos en juego, Cortina logró concentrar casi el doble de los sufragios de su más cercano perseguidor, Alberto Silva Ramos, quien con el respaldo del Partido Verde apenas alcanzó 11,403 votos. Fue, para decirlo con claridad, una derrota dolorosa para un personaje político que alguna vez fue considerado favorito.
Más abajo en la tabla, se encuentra Juan Francisco Cruz Lorencez de Movimiento Ciudadano, con 4,157 votos, seguido de Miguel Ángel Elizalde Martínez del Partido del Trabajo, que sumó 2,220 sufragios. El PRI y el PAN, partidos que alguna vez gobernaron Tuxpan, han sido relegados al margen: Ana Alicia Pérez Díaz, del PRI, recibió 1,118 votos, mientras que Juan Ramón Ganem Vargas, del PAN, apenas logró 1,258.
Estos números no sólo muestran la contundencia del triunfo de Cortina, sino la fragmentación —y decadencia— del resto del espectro político tuxpeño. La oposición no perdió contra Morena: perdió contra sí misma.
Cortina llega al poder con un mandato sólido, sin necesidad de coaliciones ni simulaciones. Los votantes no apostaron por un experimento, sino por un perfil conocido: exsecretario del ayuntamiento, exdiputado, operador de tierra, y —sobre todo— político que ha estado en la mesa donde se deciden los presupuestos.
En mi opinión, la campaña de Daniel Cortina no fue estridente. Fue eficaz. Su estrategia fue la del burócrata que sabe cómo funciona el engranaje municipal y que promete gobernar con oficio, no con ocurrencias. Mientras sus rivales se debatían entre espectáculos y reciclajes del pasado, él hablaba de administración pública.
Algo nos enseñan estas elecciones, es que en Tuxpan el votante no se dejó seducir por el ruido, sino por el orden. Daniel Cortina no arrasó con promesas, sino con estructura. Y eso, en estos tiempos, es revolucionario.
