Colosos de Acero: El choque frente a Presidencia
El semáforo cambió a rojo en el bulevar Jesús Reyes Heroles. El chofer del autobús «HOLA» detuvo la mole blanca con el resuello de un animal cansado. Al frente, el tráfico respiraba pesado, inmóvil. Pero detrás, el rugido de otro gigante venía sin frenar, un Mercedes Benz de la línea «TBN», demasiado rápido, demasiado ciego.
El impacto sacudió la ciudad como un latigazo. Cristales estallaron. Metal contra metal en una embestida brutal. Gritos, dolor y un crujido que quedaría rebotando en la memoria de los pasajeros. El conductor del «TBN» hizo lo que hacen los culpables: huyó. Nadie vio su cara. Nadie oyó su nombre. Pero la máquina que dejó atrás aún humeaba su pecado.
Restaurante EL PLAZA
Los caídos
Entre los escombros humanos quedaron los heridos, atrapados en la historia de un accidente que nunca debió pasar.
Magdalena Salazar Badillo, 57 años, cuello rígido, dolor clavado en la piel, camino al IMSS.
Elena Cuervo Hernández, 78 años, aún orientada, pero con la marca de la desgracia en el rostro. La llevaron al Sanatorio Naval.
Daisy del Ángel Osorio, 43 años, sintió la caricia fría del piso del autobús en la cara, contusiones y cervicalgia. Otra paciente para el IMSS.
Mientras las ambulancias SUMA se alejaban con sus cargas de dolor, la policía llegó tarde, como siempre. Tomaron notas, hicieron preguntas, miraron el vacío donde debía estar el culpable.
La impunidad
El otro chofer, Ángel Ismael «C», 35 años, vecino de la colonia Casa Bella, vivió para contar la historia. Pero en su mirada había una pregunta que nadie quiso responder: ¿Dónde estaba el hombre que los dejó ahí? La calle se llenó de murmullos. Alguien dijo que el autobús que causó el choque tenía un ángel negro pintado en la parte trasera. Otro juró haberlo visto acelerando como si el mismo diablo lo persiguiera.
La ciudad tragó el accidente como traga todo lo demás: con resignación. El tráfico se reanudó. Los pasos volvieron a las banquetas. La vida siguió su curso, como si el destino no acabara de lanzar otra advertencia.
Pero en Tuxpan, los secretos tienen forma de carretera y las respuestas siempre se pierden en el retrovisor.
El Diamante