La política, como la vida, está hecha de ciclos que se repiten con dolorosa precisión. Lo que hoy presencia Tuxpan no es una excepción. Mario Alberto Martínez Zapata, mejor conocido en los cafés y pasillos del poder tuxpeño como “Capeto”, ha renunciado formalmente a la dirigencia municipal del Partido Revolucionario Institucional, dejando tras de sí una estela de sospechas, silencios y traiciones.
La profesora Ana Alicia Pérez Díaz, quien apenas el pasado domingo 3 de marzo aspiraba a ser candidata única del PRI a la presidencia municipal ante la Comisión Estatal de Procesos Internos, ha quedado, en palabras del argot político popular, «a su suerte». Una suerte cada vez más parecida a la de quienes han sido abandonados en una fiesta a la que ya nadie quiere asistir.
La renuncia no sorprendió a nadie en la mesa 20 del restaurante Antonio’s, santuario de sabiduría política donde los veteranos politólogos tuxpeños se reúnen a diseccionar con bisturí la decadencia política de la ciudad. Desde antes del arranque formal del proceso electoral, ya se sabía que Capeto tenía un pie fuera del tricolor. No por una visión renovadora, sino por conveniencia personal.
Lo más irónico es que esta ruptura no solo representa un alejamiento táctico. Se trata, en realidad, de una traición de sangre: un abandono al legado priista forjado por sus propios ancestros. En una maniobra que recuerda más al pragmatismo de Maquiavelo que a los principios de Colosio, Capeto se habría alineado ya con Daniel Cortina Martínez, el candidato de MORENA a la presidencia municipal, arrastrando consigo a lo poco que quedaba de su menguada estructura política.
El PRI, que en otros tiempos fue el árbitro absoluto de la política tuxpeña, hoy se deshilacha como un rebozo mal tejido. Lo que antes fue símbolo de poder, ahora es solo adorno en el escaparate de los partidos testimoniales. Y mientras se aproxima el inicio de las campañas el próximo 29 de abril, el electorado tuxpeño presenciará un espectáculo que nada tiene que envidiar a las novelas de suspenso: conspiraciones, componendas, pasiones políticas desenfrenadas, transfuguismo descarado y, por supuesto, discursos inflamados de convicciones recién adquiridas.
Como ya saben: En política, como en el teatro, algunos actores cambian de máscara, pero el guion sigue siendo el mismo. La pregunta, sin embargo, es si los votantes están dispuestos a seguir pagando la entrada.