Como Atropellar a un Perro
A veces los accidentes más trágicos ocurren a velocidades mínimas, como cuando apenas vas a 5 kilómetros por hora, pero las consecuencias pueden ser devastadoras.
Hace poco subí el cerro San Fernando como siempre, empezando por la calle Fausto Vega. Pero al llegar a la cima, la visibilidad era nula. Si alguna vez has manejado por ahí, entenderás lo que digo. Es imposible ir a más de 5 kilómetros por hora porque, al llegar a la cúspide, muchos conductores no se dan cuenta (quizás por costumbre) de que la calle Mutualista es de un solo sentido hacia Genaro Rodríguez. A menudo entran en sentido contrario, lo que hace aún más importante ser muy prudente cuando alcanzas la cima.
Ya cuando empezaba a bajar, sentí que atropellé algo. Escuché un chillido y me detuve. Resultó ser un perrito, pero salió corriendo hacia el cerro. Seguí mi camino sin pensar que el animalito pudiera morir. Un perro muerto es un amor que se va. Demasiado simbólico, demasiado familiar.
Tal vez por eso nunca escuchas este tipo de historias en los noticieros, aunque a diario se ven perros atropellados en la calle. Nadie habla de ese pequeño horror que solo discutimos en familia o con amigos. Esta semana, por ejemplo, al ir y venir de la oficina, pasé al menos tres veces por el libramiento, donde el cadáver de un perro aplastado seguía en la vía sin que nadie lo retirara.
Mi abuelo siempre decía cuando manejaba: “Detrás de una pelota siempre hay un niño”. Pero, ¿qué pasa con los perros? ¿Qué advertencia tenemos los conductores respecto a ellos? No sabemos cuándo alguien dejó mal cerrada una reja o no sujetó bien la correa de su mascota.
Los perros, libres y felices, corren a hacer travesuras, a veces porque han sido abandonados. Un perro suelto en la calle es un riesgo ambulante, y cuando su cuerpo choca con un coche, la desgracia es casi segura.
La culpa nunca es del animal. Si un perro, de cualquier tamaño o especie, está suelto en la calle, la responsabilidad recae sobre su dueño. La ley es clara: el propietario es quien debe asegurarse de que su mascota no salga sin correa, collar o bozal. Si algo le pasa al animal, el dueño debería recibir una multa por negligencia, ya que es el responsable de lo que hace su mascota.
Y así fue con la señora que salió de su casa aquella mañana cuando escuchó a su perro aullar, después de que yo pasé con mi coche por el cerro San Fernando. El perro, al final, fue víctima de su propia dueña. Lo habría sido incluso si nunca me hubiera cruzado en su camino.